Objeto de sentidos homenajes en muchas partes del mundo, incluso
en vida, es acaso la prueba de la brillantez de su talento y obra. Casi todos
los diarios de habla hispana del mundo dieron amplio despliegue a la noticia de
su partida. Y ya muchos lo consideran “Genio” porque, en sus ratos libres, se
dedicaba a resolver ecuaciones diferenciales, como quien dice cálculo puro y
duro, ese que es el dolor de cabeza de tantos universitarios en todas partes.
Pero la verdad es que Chespirito
sí era un genio de la comedia y no en vano la
presentación de su programa lo anunciaba como el “Supercomediante Chespirito”
(nombre que, a propósito adaptó del apellido del ilustre dramaturgo inglés, tan
conocido universalmente, W. Shakespeare).
Se
cuenta que, aunque huerfano de padre a la tierna edad de seis años, con el
tiempo cultivo su amor por la lectura y la música clásica. De hecho, siempre se
escuchaba al inicio de su comedia insigne, en una versión especial, la Marcha
Turca de Beethoven.
Debo
confesar que no pertenezco a ninguna de las generaciones que disfrutó a
plenitud de todos sus programas y personajes, (al punto que jamás vi un
episodio completo de ninguno), como si lo hicieron muchos de mis parientes, al
igual que millones de niños en todo el planeta durante cuatro décadas – y que
ojalá sean más- con la genialidad de sus ocurrencias.
Quiero sí, referirme al Chespirito
emprendedor en sus facetas, a mi
juicio, más destacadas:Persistencia, Creatividad y
Originalidad.
Desconozco muchos aspectos de su vida tras bambalinas, pero él
mismo afirmó en una de tantas entrevistas que cuando salió al aire el primer
episodio de “El
Chapulín Colorado”, el héroe hispano con proyección internacional por excelencia,
ya contaba con cuarenta y un años de edad, de
lo que se deduce que el hombre no la tuvo fácil.
Tampoco
es que yo esté tan viejito, pero a mi me tocó crecer con ese otro ícono del
humor mexicano como fue “Capulina”, aquel gordito bigotón con sombrero negro
desfondado, saco de cuadros balncos y negros – que hasta en caricatura se leían
sus historietas, en mis tiempos infantiles, impresas en la inolvidable
Editorial Novaro, también mexicana- y durante un tiempo hizo pareja con su
compañero “Viruta”, flaco como ratón de ferretería, pero que a la postre su
socio despidió con una patada donde sabemos, (pues como sucedió con el dúo de
cantantes gringos, Simon y Garfunkel, éste le pidió la renuncia a aquel, pues
reclamó ser el del talento y, como quien dice, quería llevársela toda para él
solito…). Y de igual modo sucedió con generaciones anteriores que gozaron de lo
lindo con el talento de su paisano y colega, el sinigual “Cantinflas”, quien
también se hizo famoso por medio del cine.
Y
justamente, por esas cosas de la nostalgia, que gracias a YouTube se pueden
mitigar parcialmente hoy día, un fin de semana me puse a escarbar los recuerdos
infantiles, buscando fragmentos de películas de “Capulina”. Y mirando un poco
aquí y allá, topé con la sorpresa de ver, en papel efímero y segundón,
activando un pequeño explosivo, nada más, ni nada menos que al mismísimo
Roberto Gómez Bolaños, y la verdad sea dicha, lo sospeché desde un
principio. Cumplía el rol, precísamente de una especie de ladrón (acaso esa
experiencia le serviría en el futuro para crear a su célebre personaje “El
Chompiras”, como quien dice, llevando a la práctica una de las recomendaciones
que hacía Steve Jobs, de Apple, muchos años después, al aconsejar que “debemos
unir los puntos”, aludiendo a que todo lo pasado podemos usarlo de alguna
manera y adaptarlo para nuestro progreso), pero todo el crédito de la película
era para “Capulina”.
Con el paso de los años y buscando nuevas alternativas en su
carrera, Chespirito
logró tener su propio programa, después de muchos intentos y luego del debut, en 1970, del
“Chapulín Colorado”. Poco a poco se fue posicionando en el difícil mundo de la
comedia, introduciendo sus variados personajes, haciendo lo que nunca se había
visto en la tv hispana, como por ejemplo usando las famosas “Pastillas de
Chiquitolina” y rodeándose de un talentoso elenco de actores que lo
catapultaron a la fama, momento en el que seguramente exclamó a solas “No contaban con mi astucia”.
Así que a fuerza de persistir y ejercer todo su talento
creativo, se dedicó con alma, vida y sombrero a forjarse un sitial en el
firmamento cómico mexicano, y de paso mundial, hasta llegar a convertirse en
toda una figura reconocida y aclamada.
Una de las pruebas más contundentes de su inteligencia y
sagacidad fue crearse un nombre con sus originales personajes dotándolos de
vida propia y tomando un rumbo diferente al de sus dos famosos antecesores. Es
decir, en
lugar de seguir insistiendo en la pantalla grande, se tomó la pantalla chica
para hacerse grande. Y como todos lo sabemos, fue
sin querer queriendo…
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